viernes, 10 de agosto de 2012

Mindfulness y las relaciones humanas: el apego

Introducción
Mediante nuestras entradas además de mostrar artículos cuya sólida evidencia científica demuestran los beneficios de la práctica de Mindfulness, también hemos mencionado arraigados patrones de comportamiento que nos dificultan vivir plenamente el presente.

En forma didáctica a éste patrón lo hemos etiquetado como "Piloto Automático" 



Al ser éste, un tema no sólo interesante para nuestros alumnos, sino importante para nuestra existencia, vamos a realizar una serie de entregas en las que el tópico central estará siendo "Mindfulness para las relaciones humanas"

La gran mayoría de los automatismos los hemos adquirido a medida que nosotros vamos formando hábitos sociales. Desde antes de nacer, nuestra vida está necesariamente dependiendo de alguien. Madres, padres, abuelos, hermanos, amigos, etc van condicionando nuestro comportamiento y marcando una huella digital en nuestro cerebro. Esta huella o engrama neural, tiene un correlato en la conducta.  Por eso, desde una visión Mindfulness en la que procuramos librarnos de esos automatismos para vivir plenamente el presente, debemos tomar en algún momento una práctica seria y comprometida con la revisión de nuestras relaciones interpersonales para poder sanarlas, integrarlas y transformarlas en sabiduría.

Es decir, en algún momento de cualquier serio camino en Mindfulness debemos volcar nuestra atención plena a la forma en que nos relacionamos con las demás personas, y a su vez, a la forma en la que nuestros primeros años de vida marcaron a fuego nuestro "cerebro social".

Por tal, es que en esta entrada, y también a pedido de nuestros alumnos, vamos a mencionar algunas cuestiones que dan convergencia al Mindfulness y a las relaciones sociales.

Desde nuestros primeros días se va moldeando nuestro cerebro social

Si nuestros padres no nos proporcionaron un buen modelo para gestionar adecuadamente los conflictos, por ejemplo, quizás no sepamos todavía cómo manejarlos. Tal vez, cuando aparecen los conflictos, nos empeñemos en evitar las emociones difíciles. Quizás hayamos desarrollado, al respecto, un estilo pasivo o, incapaces de decir "no", y a lo mejor, nos hayamos acostumbrado a colocar las necesidades de las demás personas por encima de las nuestras y nos sintamos desbordados, muy comprometidos o estresados. 


Pero también puede darse el caso contrario, que aprendiéramos a establecer contacto con los demás a través del conflicto y nos sintamos en casa entre ellos, porque nos proporciona cierta sensación de poder.

El problema es que son muchos los sentimientos heridos que, a su paso, deja la conducta agresiva, especialmente en el caso de que nos aprovechemos de los demás, los acosemos o los menospreciemos. Es muy fácil, en este sentido, quedarnos atrapados en un ciclo reactivo que nos sumerge en una espiral descendente.


Los problemas de relación pueden movilizar emociones desagradables que reactiven recuerdos o sentimientos ligados a heridas pasadas asociadas a formas de relacion y antiguas y disfuncionales. Es muy probable que, cuando nos sintamos atrapados o amenazados incurramos en viejas pautas reactivas que llevamos ejercitando continuamente desde nuestra infancia. Es muy útil, en este sentido, reconocer las barreras que, determinadas por la influencia de nuestras relaciones más tempranas, pueden hoy en día obstaculizar nuestro acceso al amor. Nuestra estabilidad y seguridad dependió, cuando éramos niños, de nuestros padres y de nuestros cuidadores, que no siempre fueron capaces de sintonizar con nuestras necesidades.


Aportes de la psicología, psiquiatría y neurociencia sobre la teoría del apego

John Bowlby (1969) fue el primer psiquiatra en utilizar el término "apego" al afirmar que es mucho más probable que los niños se sientan seguros, conectados y amados si sus padres son capaces de permanecer sintonizados, en el momento presente, con el mundo de las emociones y necesidades internas del niño. Durante las décadas siguientes, los psicólogos que estudiaron este punto descubrieron que el estilo de apego puede variar de niño en niño y que, aunque algunos estilos puedan estar ligados a una sensación de seguridad y confianza, otros pueden estar en la base de la inseguridad y la ansiedad (Solomon 1986). 


Actualmente, los neurocientíficos también descubrieron que los estilos de apego afectan al cerebro. Allan Schore describe en alguna de sus obras los cambios estructurales producidos  por el apego en el cerebro durante los dos primeros años de vida,. Según él y su grupo de investigadores, basados en evidencias de tomografía computada, el parentaje insensible puede acabar provocando disfunción en la capacidad del niño para gestionar emociones. Y que este patrón o "piloto automático" puede durar para toda la vida.

En cuanto a esto, más recientemente, Dan Siegel (2007) afirma en su obra "Mindfulness y Cerebro" que la conexión entre padre y niño provoca un estado de resonancia que permite que el niño "Se sienta sentido". Este estado de resonancia contribuye al establecimiento, en el cerebro, de circuitos reguladores qeu alientan la resiliencia y la capacidad del niño para comprometerse y establecer, en su vida posterior, relaciones empáticas y significativas.

Algunas conclusiones 

Hasta aquí, luego de citar algunos científicos cuya evidencia empírica parece estar señalando que los primeros años de vida son cruciales para la formación de nuestro "cerebro social", es que debemos preguntarnos ¿Si Mindfulness cultiva una atención plena en momento presente por qué en esta entrada estamos dándole importancia a nuestro pasado?







Sin lugar a dudas, el pasado nos condiciona. Pero nos condiciona en gran medida si lo  permitimos mediante nuestra desidia. Podemos mediante un diligente entrenamiento en Mindfulness cambiar nuestro cerebro y trabajar en momento presente, con estos contenidos del pasado que ejercen influencia sobre nosotros.

Es decir, mientras el pasado siga activando distintos "Pilotos Automáticos" no vamos a poder liberarnos de esas ataduras, y sin poder soltarnos de nuestros traumas y condicionamientos, no podremos tampoco acceder a un presente lúcido e integrado.

Para dar vuelta la página de nuestras vidas, es que Mindfulness puede ser mucho más provechoso si es acompañado por un proceso psicoterapéutico. Si bien, Mindfulness circunscribe a las terapias cognitivas de tercer generación, puede complementar con mucha armonía el tratamiento de cualquier línea terapéutica (ya sea psicoanálisis, terapias conductistas, etc). Mediante este doble proceso (psicoterapia y mindfulness) optimizaremos nuestro proceso curativo, y podremos sanar duraderamente nuestras viejas heridas. Luego de trabajar con estos contenidos que modifican nuestra estructura cerebral, podremos final y felizmente, abrirnos a vivir con plenitud nuestra vida en tiempo presente y en forma plena volviendo así a nuestros sentidos.


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