Les recordamos que abrimos nuevamente la agenda para talleres y psicoterapia para el mes de septiebre-octubre.
Pero ya que estas aca; te regalo un cuento. Que tengas buena semana
*El Jardín de las Espinas y las Flores*
Había una vez un pequeño jardín escondido en el corazón de un valle. Su tierra era fértil, pero durante años nadie había cuidado de él. Solo crecían espinas, zarzas y maleza. Parecía un lugar olvidado, donde el sufrimiento de las plantas atrapadas entre las espinas se sentía en el aire.
Un día, llegó al valle un anciano con una mirada cansada pero serena. Había viajado por muchos lugares buscando algo que ni él mismo sabía nombrar. Cuando vio el jardín, sintió una punzada en el pecho. "Este jardín", pensó, "es como mi alma: lleno de heridas y descuidado". Sin saber por qué, decidió quedarse.
El anciano comenzó a trabajar. Cada día, con manos temblorosas pero firmes, arrancaba las espinas, cortaba las zarzas y removía la tierra. Al principio, el trabajo era doloroso. Las espinas se clavaban en su piel, y parecía que por cada maleza arrancada, otra brotaba. Había días en que el cansancio lo hacía pensar en abandonar, pero algo lo detenía: una pequeña flor silvestre que había encontrado creciendo entre las espinas. Era pequeña, pero su color vibrante le recordaba que la belleza aún podía nacer del caos.
Con el tiempo, el anciano empezó a notar cambios. Donde antes solo había espinas, la tierra comenzaba a respirar. Las primeras flores aparecieron tímidamente. Al verlas, el anciano comprendió algo importante: el sufrimiento del jardín no era eterno, pero el cambio requería paciencia y trabajo constante.
El anciano también comenzó a cambiar. Sus manos, al principio torpes, se volvieron hábiles. Su cuerpo, aunque viejo, se llenó de una energía nueva. Mientras cuidaba el jardín, sentía que también estaba cuidándose a sí mismo. Las heridas de su pasado, los recuerdos que lo perseguían, comenzaron a desvanecerse poco a poco, como las espinas arrancadas de la tierra.
Pasaron los años. El jardín se transformó en un lugar lleno de vida. Flores de todos los colores bailaban con el viento, y los pájaros cantaban sobre los árboles que habían crecido. El anciano, aunque había envejecido aún más, se sentía más joven que nunca. Una tarde, mientras miraba el jardín en todo su esplendor, dijo en voz baja: "El sufrimiento fue necesario, pero no eterno. El cambio es un acto de amor, y el amor es lo que transforma".