Hay una historia Zen que habla de un hombre y un caballo. El caballo
galopa rápidamente, y parece que el jinete se dirige a un destino
importante. Un transeúnte le pregunta: "¿A dónde vas?", y el jinete
replica: "No lo se. Pregunta al caballo".
Ésta es, también, una historia de nuestra vida. Muchos de nosotros
cabalgamos un caballo, pero no sabemos adónde vamos, y no podemos
detenernos.
El caballo es nuestra "energía de costumbre", la fuerza
incesante del hábito que nos impulsa, de la que a menudo no somos
conscientes y que somos incapaces de cambiar. Siempre estamos corriendo.
Se ha convertido en una costumbre, la norma de nuestra vida cotidiana.
Corremos todo el tiempo, incluso durante el sueño. El momento en que
supuestamente hemos de descansar y recuperar nuestros cuerpos. Somos
nuestro peor enemigo, disputamos con nosotros mismos, y por lo tanto
somos proclives a entrar en conflicto con los demás.
Cuando una emoción fuerte surge en nosotros como una tormenta,
experimentamos una gran confusión. No tenemos paz. Muchos intentan
apaciguar la tormenta viendo la televisión o tomando alimentos
agradables. Pero la tormenta no amaina tras pasar las horas ante el
aparato o comiendo alimentos agradables. Generalmente, más tarde, nos
odiamos por haber comido esos alimentos o haber pasado tanto tiempo
frente a la PC o al televisor sin hacer nada productivo.Nos aterra
repetirlo al día siguiente. Juramos no volver hacerlo. Pero lo hacemos
una vez tras otra. ¿Por qué? Porque la energía de nuestra costumbre nos
impulsa a hacerlo.
¿Cómo detener, nuestro estado de confusión? ¿Cómo podemos frenar nuestro
temor, nuestra desesperación, nuestro enfado, nuestras ansias? Hemos de
aprender a ser tan fuertes y sólidos como un roble y no dejarnos
estremecer por la tormenta emocional.
Tenemos que aprender el arte de
detenernos: Detener nuestra carrera para estar presentes y abordar
nuestra energía habitual de angustia, culpa y temor, y apaciguar las
fuertes emociones que nos dicten.
Hemos de aprender a vivir plenamente
en el instante presente. Necesitamos practicar la inspiración y
espiración con toda la atención. Practicar Mindfulness. Tenemos que
aprender a ser conscientes.
Al ser conscientes, al habitar profundamente el momento presente, en el aquí y ahora, asumimos una mayor comprensión, aceptación, perdón y amor hacia nosotros mismos y los
demás; crece nuestra aspiración de aliviar el sufrimiento; y tenemos
más oportunidades de acariciar la paz y la dicha.
Necesitamos la energía de Mindfulness para reconocer y estar presentes
con nuestra energía habitual para evitar que nos domine y detener su
curso a menudo destructivo. La atención plena/Mindfulness, nos permite
reconocer nuestra energía de la costumbre cada vez que se presenta:
"Hola, energía del hábito. Se que estás aquí". Si desde la atención
plena/Mindfulness, le dedicamos una sonrisa a esa energía del hábito,
perderá buena parte de su fuerza. La comida chatarra y las horas frente
al televisor, quedarán de lado. La tormenta pasa, mientras nosotros
observamos; inspirando y espirando.
Una vez que estemos más tranquilos, podremos admitir nuestro problema en
vez de negarlo. Sea cual fuere la naturaleza del mismo. Esto puede no
resultar fácil al principio. Usted puede sentirse harto o frustrado con
usted mismo. Pero no suprima esas emociones. En lugar de ello, y tal
como nos ha enseñado Buda y la psicoterapia cognitiva, acepte y acoja
esas emociones difíciles, como una madre que acuna al bebé que llora.
Ese bebé llora porque necesita atención amorosa de su madre.
De manera similar, la consufión y las emociones negativas gritan con
fuerza, tratando de llamar su atención. Sus emociones negativas también
requieren su atención amable y cuidadosa. Al acoger sus sentimientos
negativos cuando éstos se presentan, evitará que la tormenta emocional
lo arrastre y accederá a la calma. Una vez que esté más tranquilo,
estará preparado para comprender que en su interior dispone del poder y
las herramientas para empezar a cambiar.
La detención, la calma y el descanso son condiciones previas para la
curación. Si no podemos detenernos, continuaremos el curso de la
destrucción provocada por nuestra inconsciencia.
Por otra parte, aquí sería conveniente traer a colación los resultados
de nuevos estudios neurocientíficos en los que se le sugirió a los
voluntarios del experimento, tratar de negar o bloquear un pensamiento. A
otro grupo, se les pidió que lo observaran tranquilamente. El primer
grupo, sufrió más, dado que cuanto más procuraba bloquear o eliminar el
pensamiento, éste parecía hacerse más y más presente. En cambio, el
segundo grupo, pudo ductilizar su mente y cambiar su objeto de atención y
pensamiento. La conclusión de éste estudio, nos sugiere que "lo que resiste, persiste"
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